

Primera Editorial
Padre Elías Hidalgo
Párroco Santa Clara
3 de abril de 2014
Al empezar un nuevo año, lo hacemos lleno de Esperanza y Gozo. Esperanza y Gozo que nace del encuentro con Cristo y el evangelio. Lo hacemos aceptando esta invitación de la Iglesia en Chile que a través de sus pastores nos exhortan a realizar en nuestras comunidades la misión territorial. Como Parroquia Santa Clara queremos aceptar este desafío.
¿Qué es la Misión territorial?
Desde Aparecida, la Iglesia se ha puesto en estado de misión: Y el Papa Francisco nos Invita a Salir, a no quedarnos dentro. La misión Territorial es la respuesta a esta invitación. Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el continente, que nos exigirá profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del continente. Necesitamos que cada comunidad Cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de las fatigas, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegria y nuestra esperanza. Por eso se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y haga posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea”. (DA362).¿Qué paso tenemos que dar?Fortalecer la espiritualidad misionera de todos. Durante la cuaresma de 2014 buscaremos profundizar esta espiritualidad misionera. Será el inicio de un camino que seguiremos profundizando. Todos estamos llamados a acoger esta “conversión” a la que nos invita nuestra Iglesia. Nuestro primer paso es la conversión personal. Solamente acogiendo al Señor en nuestras vidas, convirtiéndonos a Él, somos discípulos misioneros. Elaborar y poner en práctica en cada comunidad un plan misionero, que surja de la mirada creyente y sistemática de la propia realidad y de las orientaciones y camino misionero discernidos por todos. ¿Cuál será el Espíritu de esta misión? Ser una Iglesia que es madre de misericordia, que acoge y acompaña al estilo de Jesús, reflejando el amor misericordioso de Dios. ¿Con quiénes? Con todos, en especial con quien necesita ser escuchado, comprendido, consolado. Jesús nos invita a que cada uno de nosotros sea un rostro de la Iglesia que se hace próxima a sus hermanos, particularmente al más pobre. Ser una Iglesia que sale al encuentro de los demás para anunciar y testimoniar a Jesús y su reino. ¿Quiénes son los demás? Los hombres y mujeres que viven en nuestro territorio parroquial, aquellos que están a nuestro lado cotidianamente, también organizaciones sociales, juntas de vecinos, sindicatos, clubes, etc. Salimos para compartir, escuchar, dialogar, aprender y enriquecernos los unos de los otros. Ser una Iglesia que va hacia las periferias geográficas y existenciales a encontrarse, como Jesús, con los excluidos y olvidados. ¿Quiénes habitan esas periferias? Los que son invisibles en nuestra sociedad, los más vulnerables y excluidos, los que están a la orilla del camino y desde donde el Amor de Dios nos llama ir a las periferias geográficas y existenciales. Con el Gozo que nace del Evangelio, invito a que hagamos nuestra esta misión, como una respuesta al llamado del Señor.
¿Cómo vivir esta Semana Santa? Me parece que hay dos maneras contrapuestas: como espectadores o como discípulos misioneros. Si lo hacemos como espectadores no está mal, pero no transformará nuestra vida ni nuestra sociedad. Como espectadores estuvieron tantos cerca de Jesús. En las calles de Jerusalén o mirando a los crucificados en el Calvario, muchos contemporáneos de Jesús asistieron a la Pasión de Nuestro Señor como espectadores. Hoy también nosotros podemos asistir como espectadores a las celebraciones de Semana Santa. La invitación es a vivir esta Semana Santa como discípulos misioneros ¿qué significa esto?El Domingo de Ramos los discípulos de Jesús lo aclamaron en su entrada a Jerusalén. Nosotros como discípulos misioneros queremos proclamar la victoria de Cristo en su entrada triunfal, pero sabiendo que el camino de la gloria es la cruz. Por eso queremos escuchar con atención de discípulo la Pasión de Nuestro Señor, para anunciar a los demás con nuevo ardor misionero que el Señor está cerca de los que sufren en su vida diaria, que está cerca de los que siguen viviendo la Pasión como marginados de la sociedad. El Jueves Santo los discípulos del Señor prepararon y celebraron la Cena del Señor, se dejaron lavar los pies por el Maestro, como misioneros Jesús los invitó a repetir este gesto de servicio en la vida de la comunidad. Ese Jueves Santo el apóstol Juan, el discípulo amado, se mantuvo cerca del Señor mientras instituía la Eucaristía. Nosotros discípulos misioneros estamos llamados a celebrar la Cena del Señor, como discípulos que están cerca de Jesús Eucaristía, y que misionan en la fraternidad y en el servicio. El Viernes Santo junto a la Cruz del Señor estaban María la Madre de Jesús, María mujer de Cleofás y María Magdalena, discípulas fieles y solo un discípulo, Juan apóstol. Nosotros como discípulos misioneros podemos vivir el Viernes Santo contemplando la entrega de Jesús, siguiendo sus pasos, para salir al mundo a dar amor, solidaridad y fraternidad en una sociedad que muchas veces no respeta la dignidad de los seres humanos. El Sábado Santo la Iglesia siempre ha contemplado a María, la discípula fiel en la espera. Nosotros también queremos vivir este día con la esperanza de la Santísima Virgen. Y en la Vigilia Pascual estamos llamados a escuchar como discípulos la historia de la salvación, renovar nuestro bautismo, celebrar la Eucaristía para salir a la misión como luz del mundo. El Domingo de Pascua, María Magdalena y las otras mujeres, discípulas fieles pudieron transformarse en misioneras al encontrarse con el Resucitado. A su vez Pedro, al encontrarse con el Señor Jesús, recibió una vez más la misión de confirmar a sus hermanos en la fe. Nosotros al vivir como discípulos misioneros la celebración de la Resurrección del Señor, somos enviados a evangelizar con alegría y gozo, al estilo del papa Francisco.
Hermanos y hermanas: Feliz Pascua, hoy la vida ha comenzado y le pertenecemos a Dios. Celebramos el hoy de Dios y el cómo nos hace participar en la historia de la salvación, ahora somos en Cristo historia actual del Señor.
Dios nos ha hecho partícipes de una historia, una historia de salvación de la humanidad, una historia llena de vida. Desde la Creación hasta la Resurrección. Hemos visto su cercanía amorosa. La creación es obra de Dios, por tanto, el mundo no es malo (“vio Dios que todo era bueno”), es el lugar donde podemos encontrarnos con Él, porque en el mundo está su huella y en cada persona de manera especial, porque somos su mejor obra, hechos “a su imagen y semejanza”.
Pero no caminamos solos, sino como pueblo, un pueblo que vive en este mundo y que a veces siente cómo su caminar se hace costoso, pero sobre todo un pueblo que está seguro de que Dios está con nosotros, que nos acompaña siempre, para lo bueno y para lo malo, hasta en la muerte, aunque a veces no lo pongamos en práctica, aunque a veces pueda más nuestra fragilidad humana. Pero para eso ha Resucitado El Señor, para darnos vida, para sanar nuestras debilidades, para darnos la verdadera libertad. Para eso fuimos creados: sólo para ser hombres y mujeres libres, la libertad hace que nos encontremos con Dios, por eso les pido “que nadie les quite la libertad”, porque para eso somos llamados, no le tengamos miedo a Dios, Él no quita nada, Él lo da todo.
La verdadera libertad tiene su culmen y su manifestación más plena en la Resurrección de Jesús. El sepulcro está vacío. Las mujeres no encuentran a nadie, y los discípulos tampoco. Ahora toca dar testimonio de esa presencia viva de Dios entre nosotros. Ellos y nosotros somos testigos del sepulcro vacío, testigos del resucitado. Y ese es nuestro gozo.
Hermanos y hermanas, no sean nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca se dejen vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que con Él nunca estamos solos, incluso, en los momentos difíciles, aún cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables.
Nuestra verdadera alegría nace de la Resurrección, somos el pueblo del resucitado, el que se escogió.
Feliz Pascua, hoy ha comenzado la vida, le pertenecemos a Dios.
“Jesús se acercó y se puso con ellos a caminar”
El texto evangélico de este tercer Domingo de Pascua nos relata el episodio de los discípulos que desilusionados van camino de Emaús. Entonces, Jesús Resucitado comienza a caminar junto a ellos sin que lo reconozcan, hasta que progresivamente les va abriendo el entendimiento y el corazón al designio de Dios, para culminar con el pleno reconocimiento de Jesucristo en el gesto de partir el pan.
Se trata del hermoso Evangelio del peregrino de Emaús que tantas veces hemos cantado en nuestra comunidad, un Evangelio acerca del progreso de la fe como reconocimiento de Jesús crucificado que ha Resucitado, y como catequesis de iniciación a la Eucaristía.
El camino de la decepción
Unas de las experiencias dolorosas de la vida de cada persona es la decepción, la desilusión ante las propias expectativas. La frustración de las esperanzas más queridas. Es una herida que nos hunde en la tristeza, nos aísla de los demás, nos vuelve temerosos y desconfiados porque no queremos nuevas decepciones.
La experiencia de la desilusión puede venir a nuestro encuentro en cualquier circunstancia o ámbito de la vida, pero siempre nos dejará el mismo sabor amargo de la frustración, de la confianza defraudada, de los ideales desinflados.
El camino de los discípulos de Emaús es el de la desilusión. Habían confiado en Jesús, habían proyectado sus esperanzas sobre Él.
El seguimiento de Jesús
Frecuentemente ocupamos la expresión “seguimiento de Jesús” o “discipulado” para indicar nuestra decisión de acogerlo como Único Maestro en nuestra vida. Sin embargo, antes de esta acción, nuestro discipulado consiste en el modo en que Él nos sigue en nuestra vida, como siguió a los discípulos de Emaús, nos busca, nos llama, invitándonos a dar la libre respuesta de seguirlo a Él, en el lugar de vivir detrás de nuestras expectativas y deseos.
Es Jesús quien toma la iniciativa de caminar y seguir muy de cerca a estos discípulos desilusionados, quiere entrar en sus vidas, les pregunta sobre lo que ocurre, sobre lo que tienen en el corazón.
El proceso de la fe significa ir reconociendo progresivamente a Jesucristo, también en medio de nuestras decepciones. Para los discípulos de Emaús el problema era que habían perdido la fe a causa del “escándalo de la Cruz”, que no calzaba con sus expectativas. Para nosotros, la dificultad es que a menudo no logramos ver nuestras desilusiones y fracasos a la luz del sufrimiento de la Cruz. Hay que pasar por la experiencia del viernes santo para llegar a la fe en el resucitado.
Partió el Pan y se lo dio
En el gesto de Jesús de partir el pan, los discípulos reconocen a al Resucitado que entrega su vida, y la desilusión inicial se transforma en experiencia de encuentro que hace arder el corazón.Todo el proceso de la fe que pasa por el escándalo de la Cruz hacia el encuentro con el Resucitado, es un proceso que conduce hacia la eucaristía, hacia la comunión de vida, de misión y esperanza de los creyentes con Jesucristo.Así, la misión de la Iglesia surge de este encuentro con Jesucristo, el cual se renueva cada vez que lo acogemos en el camino de la vida, escuchamos su palabra y celebramos la eucaristía.
Editorial
Padre Elias Hidalgo
Párroco Santa Clara
Enviados con Espíritu Santo
Este domingo de Pentecostés es la fiesta del Espíritu de Dios que ha sido entregado a nuestras vidas. Concluimos el tiempo de Pascua celebrando y acogiendo el don de Dios para nuestras vidas, el don del Espíritu Santo. Éste es el fruto de la pascua: Dios nos da su propio Espíritu, el Espíritu del Resucitado, y nos envía en su nombre.
Habitados por el Espíritu de Dios
La novedad de la fe que celebramos en este domingo de Pentecostés es que Dios mismo quiere habitar en nuestra Vida, y por eso ofrece y comunica su Espíritu a todo aquel que está dispuesto a acogerlo. Así Jesucristo dice a sus discípulos de todos los tiempos: Reciban el Espíritu Santo”.
El don del Espíritu es el fruto maduro de la Pascua de Jesucristo, es el don de Dios para nuestra vida: ¡una vida según el Espíritu Santo! A diferencia de muchos otros “espíritus” que nos habitan, el Espíritu de Dios no se impone ni se infiltra, sino que supone nuestra acogida en la fe; de esta manera, acoger el don del Espíritu es un acto de libertad que nos libera de otros “espíritus” y nos conduce a vivir en la libertad del Espíritu de Dios.
La vida cristiana es la experiencia gozosa y agradecida de vivir habitados por el Espíritu de Dios, el cual desata en el creyente un proceso permanente de conversión, en modo de no vivir según los “espíritus de este mundo”. Ni siquiera es vivir según nuestro espíritu muchas veces estrecho. El creyente no es el que está habitado por su propio espíritu sino por el Espíritu de Dios.
Eso es lo que queremos y por eso es que oramos por nuestros jóvenes que en esta fiesta de Pentecostés recibirán el sacramento de la Confirmación, sacramento del Espíritu. Que ellos sean habitados por el Espíritu de Dios, para que sean audaces en el anuncio del evangelio, siendo activos colaboradores de la instauración del reino de Dios y creativos en la caridad.
Enviados a la manera de Dios
El que está habitado por el Espíritu de Dios, puede habitar en este mundo a la manera de Dios. En el don del Espíritu, es Dios mismo quien nos capacita para vivir en este mundo de la mejor manera que existe; la manera de Dios que se nos da a conocer en lo que Jesucristo dice y hace.
Ésta es la novedad de la fe que la iglesia anuncia al mundo con esperanza y alegría, pero también con la humildad de saber, en un camino de conversión para vivir plenamente según el Espíritu que se les ha regalado.
Porque se trata de vivir en el mundo a la manera de Dios, según su Espíritu. La comunidad creyente se comprende a sí misma como enviada a anunciar el don de Dios que quiere habitar y transformar este mundo: esa es la misión que recibimos de Jesús y de la iglesia.
En esta fiesta, somos enviados por Jesucristo que nos dice “como el Padre me envió a mí, así los envió a ustedes” (jn 20,21). Con la fuerza del Espíritu de Dios, iremos a las periferias territoriales y existenciales de nuestra parroquia para salir al encuentro de otros. Queremos llevar la alegría y el gozo del evangelio a aquellos que lo necesitan, ungidos por el Espíritu de Dios.

Editorial
Padre Cristián Hodge
Vicario Parroquia Santa Clara
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